Egresada en Derecho por la Universidad del Pacífico. Becaria del Semillero en Derechos Humanos por la Corte IDH, el Centro de DDHH de la Universidad de Buenos Aires y la Fundación Konrad Adenauer Stiftung. Asociada de la Revista Forseti (DERUP Editores). Colaboradora de la Clínica Jurídica de Libertades Informativas de la Universidad del Pacífico.
Anoche se hizo viral un video en la plataforma Tiktok en donde el hijo del Presidente de Indecopi relató cómo él y su amigo se aprovecharon y abusaron sexualmente de dos mujeres que se encontraban bajo la influencia del alcohol. ¿En qué clase de sociedad vivimos en donde un hombre puede sentirse lo suficientemente cómodo para expresarse de esta manera, sin ninguna clase de remordimiento?
Tan solo minutos después de publicado el video procedió a retirarlo, y horas después publicó dos videos “disculpándose” por “herir susceptibilidades” y alegando que el video era parte de un “experimento social” que buscaba determinar el nivel del alcance que tendría un video tan alarmante en redes. Más allá de si este video fue un “experimento” o no, corresponde cuestionarnos como sociedad, ¿qué puede tener uno en la cabeza para normalizar o bromear sobre la violencia que miles de mujeres han sufrido en nuestro país?
De acuerdo con el Índice de Ley y Orden (GLO) de Gallup 2019, el Perú ocupa el puesto 121 dentro de un total de 142 países evaluados, lo cual significa que se ubica dentro de los 10 países más inseguros de todo el mundo para las mujeres (Infobae, 2022). La inseguridad que las mujeres sienten a diario no es producto de una histeria colectiva, es una realidad que se refleja en datos. Tan solo el año pasado, los Centros de Emergencia Mujer (CEM) atendieron 163,797 casos de violencia, de los cuales el 86% de casos corresponde a mujeres (Aurora, 2021). Y aun así, algunos “chistosos” consideran que hacer humor sobre este tipo de situaciones es una excelente idea, cuando no hace más que normalizar este tipo de comportamientos deplorables.
A raíz de esta nefasta realidad, se ha procurado legislar para luchar contra la violencia contra la mujer en el país, en donde se encuentran normas como la Ley No. 31156 (Ley para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres y los integrantes del grupo familiar, habilitando permanentemente el uso de canales tecnológicos para denunciar hechos de violencia), Ley No. 30862 (Ley que fortalece diversas normas para prevenir, sancionar y erradicar a violencia contra las mujeres y los integrantes del grupo familiar) y Ley No. 30364 (Ley para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres y los integrantes del grupo familiar). Sin embargo, dichas normas resultan insuficientes si no existe una adecuada implementación de las mismas. En palabras de la Corte IDH (Caso V.R.P., V.P.C. y otros Vs. Nicaragua, 2018), “los Estados (...) deben contar con un adecuado marco jurídico de protección, con una aplicación efectiva del mismo y con políticas de prevención y prácticas que permitan actuar de una manera eficaz ante las denuncias”. Es decir, no basta con que existan normas meramente enunciativas si es que no se aplican en la práctica.
Pero no solo es eso, “la cultura machista de violación se construye sobre la base de imaginarios y discursos hegemónicos con respecto a los roles sexuales en una sociedad patriarcal jerárquica” (Tika, 2021). Mientras ello se mantenga así, difícilmente disminuirán los casos de violencia contra la mujer en el país. Pues el problema no solo es una insuficiente regulación normativa, sino una mentalidad recurrente -y lamentablemente muy prevalente- en la mayoría de los peruanos. El cambio no solo dependerá de una profunda reforma normativa, sino que recaerá en cuestionarnos como sociedad y como individuos. Un país de violadores no nace únicamente por una falta de punibilidad, sino porque la cultura misma permite que se mantenga latente en nuestra sociedad. Persiste cuando en vez de alarmarse porque un “amigo” se aprovechó de una amiga en estado de ebriedad, se ríe de lo ocurrido. No seamos cómplices, dejemos de ser un país de violadores.